martes, 3 de junio de 2014

La mujer en los siglos XVI y XVII.

La historia de la mujer, se caracteriza sobre todo por ser la historia de personas silenciadas y sometidas al poder de los hombres: la historia de una marginación. Tradicionalmente, la mujer ha sido ignorada como sujeto histórico, a pesar de esto, allí donde se mire, la presencia de la mujer deja rastro, ya sea en el ámbito del hogar, como de la sociedad. Por ello, aunque su voz ha sido silenciada durante siglos, hay que ver a la mujer como partícipe de la historia, y no como un mero objeto.
Los siglos que nos ocupan, mantiene la estructura familiar de los siglos anteriores, se innova poco.  

En cuanto a los diferentes países, la situación de la mujer varía muy poco, por ello trataremos características generales.

Mujeres, trabajo y familia.

   Los patrones de la época dictaban que lo que definía a una buena mujer, era su relación directa con un hombre. Primero, dependerá del padre, y después, del marido. A éstos debe honrarlos y obedecerlos.
El padre se dedicaba a cuidar a la hija, hasta poder conseguir un acuerdo matrimonial. La familia era un reino en miniatura, los padres no sólo mandaban sobre sus hijos, sino que también, sino que también decidían quienes iban a ser los padres de sus nietos.
Una vez casadas, se esperaba de la mujer que trabajase, para poder colaborar en la manutención de la unidad familiar. Para poder evitar que la mujer, con su salario, pudiese ser independiente-cosa que se veía como algo antinatural, una aberración-los salarios femeninos eran bastante bajos, ya que se daba por hecho que el hombre le daba un techo para poder cobijarse.
Las cualidades de la perfecta casada incluían ser complaciente con el marido, siempre fiel, carácter firme ante los hijos, más severa que tierna, para poder enderezarlos. Después venía el gobierno de la casa, como autoridad indiscutible del servicio doméstico y en último lugar, el velar por la economía doméstica.

     En cuanto al trabajo, el objetivo era ayudar a su familia con los costes de su manutención, acumular una dote y habilidades laborales para atraer a un marido.
La etapa de la niñez de las hijas de los pobres duraba relativamente poco, ya que la edad promedio para empezar a trabajar era a los diez/ doce años.
Las niñas, aspiraban a puestos en granjas o como criadas. En España, la mujer fue partícipe en actividades como el pastoreo, vendimia o recogida de aceitunas.En el siglo XVII, la servidumbre femenina constituía el mayor grupo ocupacional de la sociedad urbana.

     En la educación, a partir del siglo XVII, hubo un ascenso en los niveles educacionales de las mujeres, aunque seguía sin haber mucha variación respecto al siglo anterior, en el que la educación estaba dedicada a los varones.

     En relación al matrimonio, para la mujer había dos destinos honorables, el del matrimonio o el de monja.
Un porcentaje escaso de mujeres se quedaban solteras, en los siglos XVI y XVII, el porcentaje osciló entre el cinco y veinticinco por ciento.
Las mujeres aristocráticas se casaban en menor proporción que las de clase trabajadora. La dote, hasta para las familias más adineradas, suponía un gran gasto, y la mayoría de los matrimonios servían para establecer vínculos y estatus. Por tanto, la condición del matrimonio estaba sujeta a la clase social: las mujeres no se casaban por debajo de su estatus.
Otra de las funciones de la mujer, era la de perpetuar la especie. La mujer era vista como una vasija, un mero recipiente en el proceso de la creación. Aunque la función de la procreación fue vista como una función natural, no se reconoció la verdadera importancia del hecho de perpetuar la vida.
Las familias aristocráticas y de clase media, eran mayores debido a la temprana edad de casamiento y a la ausencia de períodos prolongados de lactancia.

    Como madre, la mujer tenía el papel de alimentadora. El trabajo de la mujer consistía en cuidar al niño: cuando un bebé no estaba en la cuna, estaba en brazos de su madre. Debía mantener al niño caliente, alimentado y limpio.
A finales del siglo XVII, la crianza con una nodriza causó mucha polémica.
Una vez superada la infancia, la mujer pasaba a tener un papel de educadora, dependiendo el significado de esto de su clase social y del lugar. La aristocracia contaba con niñeras, nodrizas y gobernantas para estas tareas.
La madre se encargaba de enseñar a leer, en el caso de que ella misma supiese, y también de que su hija adquiriese nociones básicas para saber hablar, vestirse, correctamente.


El cuerpo, apariencia.

    Las mujeres estuvieron identificadas con sus cuerpos, al ser consideradas “úteros andantes” “varones imperfectos”.
En los siglos XVI y XVII, la higiene corporal se alejó completamente del agua, otorgándole importancia a los perfumes o los polvos como sustitutos.
La costumbre de bañarse, desapareció casi por completo en estos dos siglos. Los baños públicos, se cerraron por miedo al contagio de enfermedades como la peste o la sífilis.
En el siglo XVI, se extendió la creencia de que la mujer podía quedar embarazada por los espermas de los baños públicos. En el siglo XVII, se creía que el agua caliente te debilitaba.

   En cuanto a la apariencia, en los siglos XVI y XVII, se expendió el canon de belleza de un modelo más gordo, dejando de lado las caderas angostas y los pechos pequeños.
Las enfermedades arrasaban, y para diferenciarse de las que las sufrían, las mujeres de clases altas cuidaban su figura para tener un aspecto “saludable”, para contrastar con los físicos delgados debido a las enfermedades. La belleza se consideraba un atributo necesario, pues la fealdad se asociaba con inferioridad social.

   La vestimenta, en el siglo XVI, llevaban bullones y acuchillados, además de faldas y sobrefaldas, jubones y corpiños. La monarquía española impone un estilo de gran sobriedad en toda Europa, caracterizado por el uso de colores oscuros y prendas ceñidas.
En el siglo XVII, domina la moda francesa: verdugados anchos y aplastados, corpiño y escote con gasas o encajes.

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