Las guerras de Italia
Cuando en enero de 1494 murió el rey Ferrante de Nápoles, papa Alejandro
VI, tuvo que elegir al nuevo sucesor. Según el derecho dinástico subir al
trono debería Carlos VIII de Francia o Fernando
de Aragón pero papa se dio cuenta de que si elegía al bastardo de rey
siguiendo su testamento, podría tener al regno
bajo su dependencia e inclinar la balanza del poder de Italia a su favor por lo
que eligió a Alfonso duque de Calabria a cambio de que éste estrechase con él
sus lazos tanto políticos como familiares.
Poco antes, para consolidar su pontificado, Alejandro VI había articulado la Liga Santa de San Marcos (abril de 1493) que, bajo su dirección,
asociaba las repúblicas de Venecia y Siena y los ducados de Ferrara, Mantua y
Milán. Ahora, con Nápoles bajo su dominio, la sede apostólica parecía dueña de
la península, pero en realidad había una debilidad que se vio cuando el monarca
francés irrumpió en Italia reclamando el derecho al trono de Nápoles.
Los franceses que, a lo largo de otoño, iban hacia el sur sin
encontrar resistencia triunfaban ya que los aliados del Papa se volatilizaron,
la República de Venecia y los señores de Romagna se mantuvieron neutrales, y en
Florencia los franceses eran saludados como liberadores, Virgilio Orsini
(comandante de las fuerzas papales en los Abruzzi) y su linaje pasaron a su
bando y cuando se acercaban a la raya fronteriza, Alfonso
II huyó de Nápoles abdicando en su hijo Ferrandino. El trono papal se tambaleaba ya que los cardenales
italianos, que seguían a Carlos VIII
exigieron la convocatoria de un Concilio
para destituir al pontífice por indignidad.
El éxito de la campaña francesa se debe a la actividad diplomática
previa. En 1493 compró la neutralidad del emperador Maximiliano por el tratado
de Senlis entregándole Artois y
Franco Condado y la de Fernando el Católico, reintegrándole el Rosellón. Pero
su principal error, una vez dueño de Italia, era presentarse como alternativa
al poder imperial, dando lugar a la sospecha de que pretendía hacerse señor de
toda Italia y no solo de Nápoles.
En enero de 1495 el lujo de la coronación de Carlos VIII como rey de Nápoles hizo confirmar las sospechas. Se
extendió la preocupación y todos se sintieron amenazados de modo que todos los
que estaban a su favor se unieron para expulsarle y devolverle a Francia.
El Papa Alejandro VI, que
había escapado por milagro, tomó iniciativa creando una liga antifrancesa La
liga Santa, cuyas tropas habían
derrotado a los franceses en la batalla
de Fornovo en julio de 1495, mientras las tropas de Fernando de Aragón entraron
desde Sicilia a Calabria y los venecianos desembarcaron en Apulia, todo
ello, hizo a Carlos VIII abandonar
Italia.
La destrucción del statu quo
italiano, la movilidad de las alianzas y su fragilidad supusieron un problema
para mantenerse comunicados e informados
a los soberanos que ya estaban
acostumbrados a comunicarse unos entre otros por medio de agentes. Pero los residentes legados o embajadores que se cruzaron
entre sí los miembros de la Santa Liga, en ningún caso estaban acostumbrados,
por lo que cuando ésta se disolvió en 1499 regresaron junto a sus señores. En
1500, el mapa de los agentes de los príncipes residentes en otras cortas había
cambiado tanto como las alianzas establecidas entre ellas.
Poca capacidad de los príncipes, señores y republicanos italianos para
proteger a sus vasallos hizo que éstos
buscaran protección en otros estados. Por ejemplo muchos señores de Romagna
acudieron a Venecia en busca de protección, los varones romanos estaban
involucrados en la guerra civil de Nápoles tras la retirada francesa, mientras
que Florencia estaba sumida en una crisis interna ya que la invasión francesa
había precipitado la expulsión de los Médici
y la restauración de la república y algunas ciudades como Pisa se alzaban en
armas.
En todo este desorden surgieron “nuevos
principados” cuyos fundadores
supieron subordinar y adaptar sus políticas de Estado vinculando el
engrandecimiento y supervivencia, lo que implicaba pocas consideraciones
morales.
Papa Alejandro VI se
propuso a construir un “principado nuevo”
que le sirviese de respaldo, una “parte”
propia e independiente para asegurar su poder temporal.
Consolidó el “principado nuevo”
y lo fortaleció buscando una alianza dinástica con la casa real de Francia, la
casa de Valois. Su hijo César Borgia , duque de Romagna, obtuvo
de Luis XII ducado de Valentinois y la mano de una princesa
de Navarra. A cambio, el pontífice abrió las puertas de Italia a los Valois.
A Carlos VIII le había
sucedido su hijo Luis XII que añadió
a las reivindicaciones de su casa la del título ducal del Milán como heredero
por línea materna de linaje de los Visconti.
Con la aprobación de su nuevo aliado, Venecia, y de Fernando el
Católico ocupó Lombardía en 1500, en cuanto a Nápoles, negoció con el monarca y
mediante el tratado de Granada de
1500 lo repartieron, donde él quedó como el rey y Fernando como el dueño de la
mitad en calidad del duque de Calabria. Pero pronto se dio cuenta de que
cumplir con los términos acordados no era tan fácil ya que las tres
provincias Capitanata, Basilica y
Principato se las adjudicaban unos y otros lo que llevó a la ruptura de
hostilidades en primavera de 1503. El 21 de abril las tropas de Gran Capitán
causaron una derrota a los franceses en Seminara, los españoles obtuvieron una
victoria en Seminara, concluyendo la conquista de regno en septiembre en la batalla de Garellano.
El fallecimiento del papa permitió a Fernando el Católico dar un giro a la política italiana. La
elección de nuevo cardenal Guiliano
della Rovere que tomó el nombre de Julio II consolidó el mapa político
equilibrando la balanza entre monarcas francés y español, con Luis XII en posesión de Milán y Fernando el Católico de Nápoles.
Su objetivo era la reconstrucción del patrimonio de San Pedro y la recuperación de los territorios de
Iglesia por los commune o vasallos
que ignoraban su autoridad.
Una vez dominada la nobleza romana, desaparecido el estado Borgia, puestos bajo la autoridad papal
los estados de Iglesia y reintegradas Bolonia y Perugia, solo faltaba recuperar
los territorios usurpados por Venecia en la costa adriática y Romagna.
En 1508, ante la negativa de la república a abandonar el territorio, Julio II favoreció la creación de Liga de Cambray (1508-1511) contra ella. Aprovechó el deseo de Fernando el Católico de apoderarse del
territorio veneciano del que se habían apoderado durante la guerra con Carlos VIII y también que el emperador Maximiliano disputaba con Venecia la
posesión de Dalmacia y que Luis XII se
contentaba con Lombardía y la recuperación de las tierras cedidas a Venecia
para comprar sus apoya anteriormente. La victoria de los aliados en Agnadello (14-V-1509) forzó finalmente
a los venecianos a firmar la paz. Durante la campaña, algunos aliados del
pontífice se apoderaron de tierras papales. Alfonso d’Este, duque de Ferrara, se apoderó de las salinas de Cervia,
cedida por papa a Agostino Chigi, y
al negarse a devolverlas, fue condenado. Luis
XII apoyó al duque y amenazó al pontífice ya que la derrota de los
venecianos le hacía amo de Italia del norte y central, cuya posición de fuerza
dependía de la protección de Ferrara, Florencia y Génova.
Cuando ciudad Móneda fue tomada por fuerzas papales en agosto de 1510,
Luis XII declaró la guerra al
pontífice. La lentitud de Julio II
en lanzar la campaña de Venecia y la prudencia con la que iba tomando
posiciones entre 1504 y 1509 provoca la desconfianza que residía en la
desconfianza hacia el clero francés, en poderosa influencia del cardenal de Rouen en la corte del rey cristianísimo
y sus demandas para que Roma convoque un concilio, apoyado por Maximiliano I.
Luis XII convocó un concilio en Pisa en mayo de 1511, poniendo en peligro el
poder papal, mientras que los ejércitos franceses, desde Milán, penetraron en
la Romagna, tomando Bolonia.
Como respuesta, pontífice convocó a sus aliados para combatir la
separación y defender la Iglesia, constituyó la Liga Santa contra Francia, en la que entraron Fernando el Católico, república de Venecia, y Enrique VIII de Inglaterra. El papa opuso al “conciliábulo de Pisa” otro concilio, el de Letrán, transformando la
guerra contra Francia en cruzada,
condenando al monarca francés y a todo el que le prestara auxilio.
En 1512, el ejército francés, al mando de Gastón de Foix, se enfrenó y derrotó a los españoles en la batalla de Rávena. Pese a esto, el
tiempo favoreció a la Santa Sede.
La república de Florencia sufrió un golpe de Estado, apoyado por los
españoles, que restauró a los Médicis
en el poder, en Génova, el partido güelfa
también fue desalojado mientras que Ferrara perdía la mayor parte de su
territorio. Maximiliano I se adhirió
a la Liga 1(9-XI-1512) y los
mercenario alemanes del ejército francés abandonaron sus filas por orden del
emperador, los suizos invadieron Lombardía, el duque de Urbino se pasó al bando
papal y el duque de Ferrara, a través de los Colonna, inició gestiones para
alcanzar arreglo con la Santa Sede.
Fuera de Italia, las tropas de Fernando
el Católico dirigidas por duque de
Alba conquistaron el reino de Navarra quitándoselo a la Casa de Albert (aliados de los Valois),
los ingleses derrotaron a los franceses en Tournai
y los suizos pusieron sitios Dijon. Finalmente el emperador penetró en
Francia por Borgoña. Las artimañas papales causaban efecto deseado dejando a
Francia y sus aliados vulnerables.
Cuando Luis II abandonó
Milán, había que buscar a alguien quien ocuparía su lugar. El emperador propuso
a su nieto Carlos (futuro Carlos V)
mientras que la Santa Sede se
inclinaba a la restauración de los Sforza.
Reunidos los miembros de la liga en Mantua, los suizos, ahora dueños de
Lombardía, impusieron la candidatura de Sforza
ante resentimiento de los imperiales que contaban con el apoyo español y que
reclamaban a los venecianos la entrega
de las ciudades de Piacenza y Verona a
cambio del reconocimiento de Concilio. Mientras tanto, los españoles no habían
desmovilizado sus tropas y estaban ocupando el Milanesado, y la toma de Brescia por Cardona virrey de Nápoles hizo estallar
la alarma: los ejércitos de Fernando el
Católico se habían hecho fuertes en la Toscana y la Lombardía meridional y
prácticamente eran dueños de Italia.
20 de febrero de 1513 muere Julio
II y el 10 de marzo, eligieron al pontífice Giuliano de Médicis como nuevo cardenal conocido con el nombre de León X, debido a la ausencia de los
cardenales franceses por la crisis cismática, la hegemonía política y militar
española en Italia con Médicis como
aliados y el hecho de que fuera uno de
los colaboradores principales del difunto papa. Se modificó la Santa Liga, ahora Liga de Malinas, sacrificó y excluyó a Venecia y se alió con Luis XII. En primavera, la
contraofensiva francovéneta en Lombardía fue desarticulada el 6 de junio en
Novara, obligando a Luis XII a
abandonar Italia definitivamente. En Europa septentrional las cosas no iban
bien para los franceses por el acoso de Aragón, Borgoña e Inglaterra y suceden
las derrotas de Luis XII en Brest y
Guinegate y la de sus aliados escoceses en Flodden. Todo ello, obligó a Valois a ceder y movilizar su
diplomacia y para ganar la confianza de Roma, desautorizó su concilio y dando
fin a su sucesión se adhirió al de Letrán y poco antes de morir, firmó el
tratado de paz con Enrique VIII, y a
su vez, Fernando el Católico obtuvo
garantías sobre la posesión de Nápoles y Navarra.
El sucesor de Luis XII, Francisco I, siguiendo los pasos de su
padre y de su abuelo, logró articular un nuevo consenso frente a Fernando el Católico y la reconciliación iniciada por su padre con
sede apostólica fue reforzada con la firma de concordato con León X. Se había restablecido el
equilibrio franceses y españoles dominaban la escena italiana lo que supuso un
respiro. En 1512 falleció Fernando el
Católico y su sucesor Carlos I
de Habsburgo decidió empezar su reinado con la firma de paz o tratado de Nayon con Francisco I.
Las ligas, guerra y “empresas”
de Italia se extendieron a Europa occidental, que se vio profundamente
afectada, también influyendo el hecho de que el pontificado tuviera su sede en
Roma cada vez que las naciones monárquicas occidentales incrementaban su
autoridad y sus reyes se transformaban en “emperadores” a costa del poder
espiritual. La intervención de las potencias extraitalianas, estuvo motivada
por la necesidad de influir en la sede de Roma para la obtención de mayores
concesiones en materia de gobierno eclesiástico, lo que se puede ver con la
firma de concordato de Bolonia entre Francisco
I y León X sellando la
alianza, o la forma en que Julio II granjeó el apoyo de Fernando II de Aragón, al cual le
otorgó Nápoles y título de católico que le proporcionaba mayor capacidad de
gobierno en los asuntos de su Iglesia nacional.
A cambio de las ligas creadas por los pontífices, se concedió a
Iglesia una primacía imperial en la política europea. Pero la debilidad del
papado consistía en ser una monarquía electiva, con cambios que la colocaba a
merced de la fuerza de los poderes temporales y cuya autoridad sólo podía
implantarse con el apoyo de las partes.
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