El Imperio Germánico era un conjunto de principados o
ciudades estado que deriva del Imperio Carolingio. Se extendía en Europa
Central y Occidental. Cronológicamente podríamos situarlo en la Edad Media
hasta los inicios de la Época Contemporánea; aproximadamente desde 962 hasta
1806, fecha que coincidió con la llegada de Napoleón y la presión que este
ejerció hizo que el Imperio quedara abolido.
El emperador del Imperio era un primus inter pares,
es decir, literalmente el primero entre sus iguales. Lo que viene a significar
que se trataba de un poder compartido por otras figuras como él. Como
anteriormente hemos citado, se trataba de un conglomerado de principados. Cada
territorio tenía su príncipe que gozaba de casi una total autonomía. Realmente
el poder del emperador quedaba muy limitado. La monarquía era una mera ficción
que se había convertido en la fuente de los privilegios de estos príncipes. El
emperador contaba con algunas instituciones pero la mayoría dependían solamente
de estos príncipes, por esta razón no podríamos hablar de un Estado Federal.
Este poder tan descentralizado y con la existencia de un gran número de
príncipes (llegaron a ser más de 200), era imposible que no hubiera conflictos
ya que los emperadores comenzaron a tener pretensiones de ejercer un mayor
control sobre todos estos principados. Un buen ejemplo sería el caso de Carlos
V y su lucha contra los príncipes protestantes.
Pero no solo eso, además el emperador en el Imperio
Germánico se elegía por una especie de élite, un conjunto determinado de estos
príncipes, los llamados príncipes electores. Esta manera de colocar el título
de emperador se llevaba practicando desde los orígenes del Imperio. En el siglo
IX, el emperador era elegido por los cinco grupos más importantes: francos,
sajones, bávaros, suabos y turingios. Posteriormente aunque se tuviera la
elección como un derecho de todo el pueblo alemán, realmente ejercían este
derecho los magnates eclesiásticos y laicos. Finalmente, el colegio de
electores quedó establecido mediante la Bula de Oro de 1356.
La Bula de Oro (1356), creada por Carlos IV para definir mejor el cuerpo de los príncipes
electores, ya que la Dieta Imperial era una caótica asamblea de príncipes
electores, irregularmente atendida y un instrumento débil. Este documento
estaba compuesto por 31 artículos: cuatro de los cuales reglamentaban el curso
de las monedas, disminuían los peajes y anunciaban la vuelta a la paz pública;
los 27 restantes trataban sobre cómo debía de ser el proceso de elección
imperial.
Por lo tanto, se establecían siete príncipes electores: los
arzobispos de Maguncia, Colonia y Tréveres; y los cuatro electores laicos eran
el rey de Bohemia, el conde Palatino, el duque de Sajonia y el margrave de
Brandeburgo. Cuando el emperador fallecía, el arzobispo de Maguncia convocaba
en Francfort del Main a los demás electores. La elección debía tener lugar
antes de 30 días y el elegido tenía que tener un mínimo de cuatro votos.
Después de esto la coronización se debía de realizar en Aquisgrán. Durante este
periodo, el puesto temporal de emperador (provisor imperii) lo asumiría el
conde Palatino del Rin.
Realmente la Bula de Oro no fue una creación novedosa, fue
una manera de regular lo que ya se llevaba haciendo durante siglos. Con ella se
suprimía la intervención en la elecciones del Papa y también que la coronación
debiera de tener lugar en Roma. El problema de todo esto fue que los príncipes
electores fueron más bien compañeros del emperador que súbditos.
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