lunes, 21 de abril de 2014

Grupo 13:Revolución Industrial: una moneda con dos caras

Revolución Industrial: una moneda con dos caras

Tengo una correa atada a la cintura, una cadena que pasa entre mis piernas y avanzo con las manos y los pies. El camino es escarpado y nos vemos obligados a agarrarnos a una cuerda, y cuando no la hay, a lo que podemos encontrar. En el pozo donde trabajo hay seis mujeres seis muchachos muchachas. Es un trabajo muy duro para una mujer. El pozo siempre está húmedo y el agua cubre siempre nuestros zapatos. Un día me llegó a los muslos, y la que cae del techo es terrible. Mis vestidos están casi toda la jornada empapados […].He tirado de las carretas hasta arrancarme la piel. Cuando se espera un hijo todavía es peor. Mi marido me ha golpeado muchas veces porque no estaba dispuesta.
Human Documents of the Industrial Revolution, 1966
E. Royston Pike

Como todos saben la Revolución Industrial no fue en exclusiva un proceso de naturaleza económica, sino también un fenómeno social. Por tanto, es imposible entender en toda su dimensión su alcance histórico sin valorar el impacto sobre la estructura de las sociales occidentales del siglo XIX. Hasta el triunfo del maquinismo, Occidente era un mundo rural poblado por campesinos que habitaban en pequeños pueblos y aldeas y tras ese triunfo, aunque hubo de pasar bastante tiempo, se convirtió en un orbe de ciudades de diferentes tamaños en el que los campos resultaron progresivamente despoblados. Como factor añadido, la estabilidad dejó paso al cambio acelerado y los estamentos dejaron paso a las clases- personificación social de la Revolución Industrial.

Karl Marx en el retrato pintado por John Mayall en 1875. El padre del Marxismo y también fue quien acuñó el concepto de proletariado aunque su definición tiene cierta limitaciones que se ven puestas  en creciente evidencia por los últimos estudios sobre la sociedad occidental del siglo XIX

De acuerdo con Karl Max, quien fue el que dedicó más tiempo en perfilarlas, venían determinadas por la posición de los individuos en relación con los medios de producción, las empresas, por lo que no podía hablarse con propiedad sino de dos clases: los que los poseían denominados burguesía y los que no ostentaban otra propiedad que su trabajo denominados proletariado. Para Marx el futuro de la humanidad no podía ser otra que la trituración progresiva de cuantos grupos hubieran sobrevivido fuera de estas dos clases, hasta quedar dividida la sociedad en un pequeño conjunto de propietarios explotadores cada vez más opulentos y un vasto y miserable ejército de obreros desposeídos y cada vez más empobrecidos. Sin embargo, lo que sucedió fue todo lo contrario, la sociedad del siglo XIX fue desarrollándose bajo un complejo entramado de grupos- algunos supervivientes del pasado preindustrial y otros por completo nuevos cuyos relaciones combinaciones e intereses se reduce a un mundo poblado por burgueses y proletarios.
 Por tanto centrémonos en el proletariado:
 ¿qué era? ¿Dónde hallamos su origen? ¿Cuál fue su nivel de vida y cómo evolucionó? ¿De qué modo se comportaban sus integrantes como grupo?

El término proletariado, en historia, aludía a los más pobres de entre antiguos romanos, que no poseían otros bienes que sus propios descendientes, su prole. Para Marx el proletariado nace con la Revolución Industrial y se caracteriza por la venta de su trabajo a cambio de un salario siempre inferior a su verdadero valor. Esa diferencia llamada por Marx plusvalía determina su ruina y progresivo enriquecimiento para su patrón. Por tanto en sus obras es frecuente la utilización de calificativos como siervo, esclavo, bestia de carga o soldado de la industria, para referirse al obrero industrial.

Sin embargo el concepto  proletariado es engañoso y requiere muchas precisiones porque aunque reducido a los obreros asalariados, ya que no nace con la Revolución Industrial sino que existía con anterioridad. Los asalariados eran empleados de grandes manufacturas, de propiedad privada o estatal, surgidas por toda Europa en los últimos siglos del Antiguo Régimen para la fabricación de mercancías de lujo. Aunque no empleaban la máquina en su trabajo sino sus propias manos, la madera, la tracción animal o la fuerza del agua, sí desarrollaban sus tareas en grandes edificios que albergaban cientos de obreros trabajando de acuerdo a un horario fijo. El factory system no fue, por tanto, un invento de la Revolución Industrial, lo fue tan solo su generalización. Cabe mencionar que en la agricultura también existían individuos que trabajaban para otros a cambio de una remuneración. Tal hacían los labriegos que no tenían tierras propias o arrendadas y habían de alquilarse como braceros en las tierras de los grandes propietarios.

Real Fábrica de Tabacos acogida por la Universidad de Sevilla construida en siglo XVIII albergaba a los miles de obreros que trabajaban hasta entonces en talleres dispersos, constituye un magnífico ejemplo de la existencia de grandes instalaciones fabriles en la Europa del Antiguo Régimen.


Y por último, tampoco era otra cosa que asalariados los campesinos que completaban sus ingresos confeccionando las telas para ricos comerciantes de las ciudades  que ahorraban con ello considerables inversiones en edificios y cuantiosos stoks que podían o no encontrar salida en el mercado. Lo nuevo en la figura del obrero industrial reside en el lugar donde se concentra- en las ciudades, y en la enormidad de su número que hace del proletariado el grupo social más numeroso. La formación de este grupo fue diferente y no tiene un proceso idéntico en distintos países. La diferencia entre unos países y otros reside en el papel desempeñado por la protoindustria. En algunos estados como Países Bajos o Estados Unidos, el trabajo doméstico de los campesinos conservó una decisiva importancia durante las primeras décadas de la Revolución Industrial y por tanto retrasó el éxodo rural a las ciudades y creación de grandes fábricas. En caso de Francia, el predominio de la pequeña propiedad agraria retrasó la emigración a las ciudades
  
 Grabado de mediados del siglo XIX que representa los sufrimientos de los campesinos alemanes que elaboraban tejidos mediante el sistema doméstico. En muchos países el desarrollo de la industria se inició directamente a partir de esta forma de trabajo.



Por el contrario en el país como Irlanda, condenada a sufrir crisis de subsistencias periódicas, la emigración a las ciudades de Inglaterra y Escocia se elevaba como la única opción disponible. Algo semejante sucedió en Rusia aunque mucho más tarde ya que la revolución rusa fue muy posterior a la británica donde los mujiks, pequeños propietarios campesinos fueron obligados a abandonar las explotaciones en las que estaban instaladas porque su exiguo tamaño resultaba incapaz de cubrir sus necesidades más elementales. Y no muy distinto ocurrió en Prusia de los junkers o  en Italia de las grandes propiedades latifundistas, que no podían asegurar a sus jornaleros un futuro mucho mejor que el que les esperaba en las fábricas.
El caso de Gran Bretaña se encuentra a medio camino entre los dos extremos. Hasta 1800 aproximadamente el éxodo rural fue contenido por la extensión del trabajo doméstico. A partir de esta fecha, la demanda se aceleró, el putting-out system se reveló insuficiente para satisfacerla y las fábricas urbanas quedaron como la única alternativa. No obstante, durante décadas, hasta mediados del siglo más o menos, la alta natalidad evitó que los campos se despoblaran, de allí, la pérdida de la población del campo inglés resultó inevitable y su ritmo estaba vinculado a los altibajos de la demanda.
Dentro de la llamada clase obrera hay una aristocracia de trabajadores especializados y bien pagados, muy distintas en mentalidad y expectativas a la gran masa de obreros poco cualificados y con unos salarios míseros y de los campesinos de los campos.
Los esclavos de la Máquina
Pero ¿qué tipo de vida esperaba a los campesinos recién llegados a las ciudades? Pues su existencia no podía ser más miserable. A las 14 o 16 horas, 6 días por semana, regulares estrictas y monótonas se sumaba el ambiente nauseabundo y malsano, los salarios al límite de la subsistencia, las viviendas miserables y caras, desvanes o sótanos infectos que no conocían la luz del sol y no poseían defensa contra el frio o del calor, y la privación absoluta de cualquier sistema de protección social al punto de que un accidente o una leve enfermedad suponían la pérdida total de ingresos.
Hombres mujeres y niños entregaban sus fuerzas y tiempo por completo al trabajo renunciando a la vida familiar mientras veían como diluían su fe y sus principios, se deformaba su cuerpo, su espíritu se embrutecía y hasta se volvían más hostiles entre ellos por la afición al cabaret, el alcoholismo, la escasa convivencia o el mero agotamiento.
Este testimonio directo extraído de un periódico local de Pensilvania de comienzos del siglo XIX dice más sobre las condiciones de los obreros en la 1ª década de la Revolución Industrial:

“Nuestros patrones nos obligan, en esta época, a trabajar desde las cinco de la mañana hasta la puesta del sol, es decir, catorce horas, con una interrupción de media hora para el desayuno y una hora para la comida; quedan trece horas de duro trabajo, de trabajo malsano sin un soplo de aire para refrescarnos cuando nos ahogamos y sofocamos, durante el cual nunca vemos el sol por una ventana, rodeados de una atmósfera espesa de polvo y borra de algodón que respiramos constantemente, y que destruye nuestra salud, nuestro apetito y nuestra resistencia física.
A menudo nos sentimos tan débiles que apenas somos capaces de acabar nuestro trabajo a causa del tiempo excesivo durante el cual nos vemos obligados a trabajar en las sofocantes y largas jornadas de verano, en la atmósfera impura y viciada de los talleres, siendo el escaso reposo de la noche insuficiente para restaurar nuestras agotadas energías. Volvemos, por la mañana al trabajo, tan fatigados como los demás. Sin embargo, por cansados y débiles que nos encontramos, debemos trabajar ya que si no nuestras familias morirán de hambre, pues nuestros salarios bastan a duras penas para procurarnos lo estrictamente necesario. No podemos prevenirnos contra la enfermedad, o contra otros accidentes de este tipo, ahorrando un solo dólar, porque las necesidades inmediatas consumen lo poco que ganamos, y cuando guardamos cama por una enfermedad, de la duración que sea, nos vemos hundidos en la miseria más absoluta, que, a menudo, acaba con la ruina total, la pobreza y la pauperización.”

Cabe preguntar ¿durante cuánto tiempo transcurrió la vida de los obreros de este modo y si se parecía a la vida de las clases populares del Antiguo Régimen? Las respuestas varían, unos como Eric J. Hobsbawm y Edward Palmer Thompson consideran que la Revolución Industrial supuso un deterioro del nivel de vida de los obreros británicos y otros como Clapham , Ashton, o  Roland Max Hartwell han insistido en que los salarios han crecido junto con el consumo de los alimentos y de los bienes en general. De aquí se puede afirmar dos cosas: 1-durante las primeras décadas de la Revolución Industrial en Gran Bretaña hasta mediados del siglo XIX, en otros países bastante más tarde-el nivel de vida de los obreros no mejoró sino incluso se deterioró. 2- que a largo plazo bienestar del proletariado mejoró significativamente como consecuencia del crecimiento de la productividad, de los salarios reales y la disminución de la jornada laboral.
Fue precisamente a finales del siglo, cuando los avances técnicos habían elevado la productividad y con ella los salarios reales, el momento en que se hizo al obrero más esclavo de la máquina, de su ritmo y sus exigencias, y su alienación alcanzó niveles más altos, resultando esta situación más insoportable para el obrero.
La respuesta de los obreros
¿Cómo respondieron los obreros de la industria a la situación?¿Fue pacífica o agresiva?¿Qué cambios experimentó a lo largo del tiempo?
La primera respuesta fue espontánea, conservadora y desorganizada. Consideraron que fueron las máquinas mismas y no la manera en la que se utilizaban las culpables del desempleo y las malas condiciones del trabajo, dieron en destruirlas quemándolas, pensando que así se resolverían los problemas. Este tipo de comportamiento en múltiples ocasiones se vio en Gran Bretaña a finales del XVIII conocido como ludismo, y en Francia, más tarde en toda Europa. Este movimiento, aunque reprimido con dureza, se disolvió por sí mismo espontáneamente como había aparecido y la protesta obrera pasó a una nueva fase.

La masacre de Paterloo, en Manchester,Gran Bretaña, el 16 de agosto de 1819. La famosa matanza que costó la vida a quince personas y heridas a varios centenares de ellas, tuvo lugar cuando la caballería cargó contra una multitud de más de sesenta mil individuos que pedían la reforma de la ley electoral



Entre los años treinta y cuarenta en Gran Bretaña y en Francia se materializó una alianza entre clases medias que estaban excluidos del sistema político que vinculaba el derecho a voto con la riqueza y los obreros que sufrían los abusos de la misma. En el caso de las islas el movimiento recibió nombre de cartismo cuyas reivindicaciones se contenían en “La Carta del Pueblo” redactada en el British Coffee de Londres el 7 de junio de 1837 y denominada así para evocar la célebre Carta Magna de la nobleza inglesa contra la tiranía real y fue remitida al Parlamento al año siguiente. En ella se exigía la extensión del sufragio a todos los varones mayores de 21 años, el voto secreto, la compensación económica y la eliminación del requisito de propiedad de los diputados con el fin de que puedan ocupar los escaños las clases medias y los trabajadores, la reunión anual del Parlamento y la modificación de los distritos electorales con el fin de adecuar su representación a su población efectiva. A estas demandas se añadían otras para mejorar la situación de los obreros como una jornada laboral más corta, viviendas más dignas y mejores salarios.
En 1840 se creó la Asociación Nacional Cartista y el movimiento pareció cobrar un cierto impulso, pero,  las fuertes represiones del Gobierno,  líderes como Owen y William Lovett o más radicales como Feargus O’Connor y Bronterre O’Brien terminaron por asfixiar el cartismo.


Representa una protesta cartista en Gran Bretaña. La alianza entre las clases medias y los obreros no era sino coyuntural y estaba llamada a ser efímera, dados los distintos intereses de ambos.






En Francia la alianza de las pequeñas burguesías y los obreros se mantuvo más tiempo e incluso se encuentra en buena medida tras el triunfo de la Revolución de 1848 pero el ascenso al poder de Luis Bonaparte y el golpe de Estado de diciembre de 1851 con la consiguiente proclamación del segundo Imperio, dio al traste con la segunda alianza. A partir de mediados del siglo XIX los obreros seguirán su propio camino que será sindicalismo. La creación de sindicatos recorrió caminos diferentes y tuvo distinta fuerza en cada país. El sindicalismo sería durante décadas  cosa de una verdadera aristocracia  obrera, cuyos intereses, en contra de lo que pueda parecer, no eran siempre percibidos como convergentes. Además la férrea prohibición que pesó durante mucho tiempo en Occidente contra el asociacionismo obrero limitó sobremanera su desarrollo. Los sindicatos sólo fueron legales en Francia desde finales del siglo XIX; en Gran Bretaña desde comienzos del siglo XX y más tarde aún en Estados Unidos.  Hacia 1900 sólo Gran Bretaña y Alemania, poseían un movimiento sindical de cierta envergadura.


Se puede ver el mundo de miseria y de dolor en el que vivía el proletariado en la novela de Dickens «Oliver Twist». Cada persona tiene su límite y el proletariado tuvo que luchar y pagar muy duro para cambiar y mejorar sus condiciones de vida y trabajo. Aunque no hay que olvidar que la sociedad industrial  de aquel tiempo no sólo estaba formada de obreros y burgueses sino también aristócratas, campesinos, artesanos, tenderos, empleados domésticos, funcionarios  que  fueron los que constituían la inmensa mayoría y su verdadera esencia. Hacia 1914 la Revolución Industrial había empezado a cambiar el mundo, pero su tarea distaba mucho de haberse completado. Sería necesaria una segunda y más profunda oleada industrializadora para terminar de darle la forma bajo la que hoy la conocemos.

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