- La locomotora del crecimiento: el comercio
El tema está dividido en dos puntos: en el primero se
abordan de forma breve las razones por las que aumentó la actividad comercial y
el número de comerciantes en el Siglo XVIII,
y sus consecuentes beneficios; lo que el autor denomina “el atractivo
del comercio”. El siguiente punto está, a su vez, dividido en cinco puntos: que
tratan, por una parte, los dos tipos de comercio: terrestre y marítimo; y por
otra, las áreas en las que este comercio tuvo lugar: área mediterránea, Báltico
y por último el Atlántico.
El comercio, durante el Siglo XVIII, fue la actividad que
más estimuló el crecimiento económico debido en gran parte a su dinamismo. El
propio funcionamiento de esta actividad estimula también el aumento del número
de comerciantes, lo que tuvo un papel decisivo en el desarrollo de este sector.
Durante este siglo, hubo una gran disminución de la especulación en el
comercio, ya que la regulación y la estabilidad en el sector eran mayores. Por
último, otra de las razones del gran atractivo del que gozaba el comercio era
la política comercial, adoptada por la mayoría de los gobiernos del Siglo XVIII.
La mayoría del comercio se realizó entre mercados locales y
regionales, dentro del espacio europeo. En general, durante el Siglo XVIII
aumentan las rutas y los intercambios.
El comercio terrestre comienza sus transformaciones en el
siglo XVIII; se llevan a cabo dos cambios de gran importancia: por una parte
aumenta la seguridad en las rutas, lo que estimuló la regularidad y la
intensidad del tráfico en las vías terrestres; y por otra parte, comienza la
disminución de las barreras institucionales que afectaban a los transportes
interiores europeos; los peajes se trasladan desde las fronteras interiores a
las exteriores. Este último fue un cambio lento y difícil, debido en parte a
los problemas económicos que conllevaba la eliminación de estas barreras.
En el comercio marítimo hubo muchas más transformaciones que
en el terrestre, no obstante este último era superior cuantitativamente. Disminuyen
los costes, aumenta la seguridad en las marinas europeas; y las incertidumbres
y riesgos de la navegación se redujeron considerablemente. Por otro lado, la
competencia en ultramar de los estados europeos fue un estímulo de gran
importancia a la hora de mejorar los sistemas de construcción naval. Y por
último, el proceso de selección de puertos en los que se concentraba el tráfico
marítimo tuvo un efecto muy positivo de contratar comerciantes, capitales e
ideas, lo que ayudó a expandir el comercio marítimo.
En el área mediterránea, a pesar del desplazamiento del
centro del tráfico marítimo desde el área mediterránea al Atlántico (conocido
como “giro atlántico”) consiguió un importante crecimiento durante el Siglo
XVIII. Esto se debe al propio crecimiento de los países ribereños y a la
reactivación del comercio con el Imperio Otomano.
Desde la Edad Media se había desarrollado un circuido de
intercambios entre el mediterráneo y el Báltico; y durante el Siglo XVIII, el
interés por esta zona, hasta entonces controlada por los holandeses, aumentó en
gran medida. Todas las marinas europeas necesitaban los productos de esta área
comercial en grandes cantidades. Esto provocó la competencia entre los
holandeses y el resto de Europa, principalmente británicos. A esta competencia,
se sumó el crecimiento económico de varios países de aquella región: Suecia,
Rusia y Alemania.
A pesar del crecimiento del tráfico marítimo en el
Mediterráneo y el Báltico, ambas regiones cumplieron un papel secundario, al contrario del
área atlántica .Destacan los puertos de: Amsterdam, Londres, Liverpool, Nantes,
Burdeos, Lisboa y Cádiz. Fueron los encargados de organizar la mayor parte del
tráfico marítimo europeo; también proporcionaban los medios de pago del
conjunto del comercio, y de una parte destacada de la economía europea.
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