domingo, 18 de mayo de 2014

El reinado de Isabel II (1833-1843): Las Regencias.



El reinado de Isabel II es uno de los temas que más me gustan de la historia. En esta entrada me centraré sobre todo en las dos regencias que destacaron: la regencia de María Cristina y la regencia de Espartero.

La regencia de María Cristina (1833-1840):
Isabel, hija de Fernando VII, heredó la Corona a la edad de tres años, y su madre, la reina María Cristina, actuó como regente hasta 1840. La regencia comenzó con ciertas concesiones a los liberales, que se habían mostrado sus partidarios y opositores al tradicionalismo absolutista representado por Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII.
El primer gobierno de la regencia, dirigido por Cea Bermúdez, representaba el liberalismo más moderado y conservador. Impulsó algunas reformas administrativas, la más importante: La nueva división provincial, obra del ministro de Fomento Javier de Burgos.
Los liberales exigieron pronto cambios más profundos. Martínez de la Rosa, liberal moderado, fue nombrado presidente del Consejo de Ministros en 1834. Algunas de las primeras medidas del nuevo gobierno reflejaron claramente la voluntad de cambiar las estructuras del Antiguo Régimen, se disolvió la jurisdicción gremial y se impuso la libertad de fabricación y comercio.
Otras reformas afectaban a la relación del estado con la Iglesia. El objetivo de los liberales era limitar el poder de la Iglesia, que, desde el principio, se había mostrado contraria a sus ideas.
En 1834 se proclamó el Estatuto Real, una carta otorgada que establecía unas Cortes compuestas por dos Estamentos: El primero estaba integrado por altos cargos eclesiásticos y de la Administración, designados por la reina con carácter vitalicio. El segundo se elegía por sufragio censitario. La iniciativa legislativa quedaba en manos de la Corona, las Cortes solo tenían funciones consultivas.
En un contexto de Guerra Carlista, que había puesto en una difícil situación al ejército isabelino. La falta de liquidez de la Hacienda impedía que el ejército recibiera suministros y los militares cobraban las pagas con retraso. A esa situación hubo que sumar la epidemia de cólera que se desató en el país y que provocó una reacción violenta de las clases populares (especialmente contra la Iglesia). La inhibición del gobierno ante estos hechos, que se extendieron a otras capitales, precipitó su caída.
En 1835, sumió la presidencia del gobierno Mendizábal, líder de la oposición liberal progresista, que, inmediatamente, inició reformas importantes, entre ellas destacó: el decreto de desamortización de los bienes eclesiásticos.
El objetivo de la desamortización era, además de iniciar una reforma agraria, conseguir dinero para las arcas del Estado, con el fin de sostener la guerra y crear una capa social de nuevos propietarios que apoyaran la revolución liberal.
Este intento de reforma de la situación del campo español no logró los objetivos previstos: aumentó el malestar de los campesinos, que no pudieron pagar las rentas impuestas por los nuevos propietarios y que seguían reclamando tierras. La regente, sustituyó el gobierno de Mendizábal por otro más moderado, que frenó el ritmo de la desamortización.
Tras una sucesión de revueltas populares algunos oficiales progresistas encabezaron un pronunciamiento militar conocido como el motín de La Granja, por el que se obligó a la regente a restablecer la Constitución de 1812 y a nombrar un gobierno progresista presidido por José M.ª Calatraba.


La Constitución de 1837 que recuperaba la monarquía constitucional y establecía la soberanía compartida entre el rey y las Cortes, formadas éstas por dos cámaras, el Congreso y el Senado, y con iniciativa legislativa.
Los moderados intentaron recortar el poder de los ayuntamientos en la mayoría de las ciudades que contaban con alcaldes progresistas. El nuevo proyecto de ley sobre municipios ocasionó levantamientos progresistas en muchas ciudades.
En 1840, la persistencia de las sublevaciones populares llevó a la reina gobernadora a buscar la solución en Espartero. Cuando el general se negó a utilizar el ejército contra los ayuntamientos progresistas la regente renunció a la regencia.
Espartero se convirtió en el presidente del Consejo de Regencia.


La regencia de Espartero (1840-1843):
Cuando accedió a la regencia, Espartero era un militar muy popular y aclamado, pero fue perdiendo apoyos casi de inmediato. Los progresistas criticaron su forma militar de gobernar y solucionar los problemas de orden público. Los moderados le negaron su apoyo y se dedicaron a preparar un pronunciamiento para sustituirlo por la reina María Cristina.
El gobierno de Espartero puso en práctica una política librecambista, que supuso la apertura de las aduanas a los productos extranjeros a cambio de apoyo financiero procedente del exterior. Esta medida le hizo ganarse la oposición de la burguesía catalana, que la consideraba perjudicial para la industria algodonera.
La dura presión ordenada por Espartero después del levantamiento que se produjo en Barcelona aumentó su descrédito e impulsaron definitivamente la conspiración que tuvo lugar un año después y que llevó a Narváez, al gobierno.




YASMINA DOBRE


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