El término anglicanismo es
usado para hacer referencia al culto religioso desarrollado en Inglaterra en el
siglo XVI.
El anglicanismo, a diferencia
del protestantismo, no nació por razones doctrinales y teológicas, sino por
causas de naturaleza política por parte de la Corona de Inglaterra. Basta con
pensar que el rey Enrique VIII, desde el
principio rehusó la doctrina luterana en defensa del catolicismo, y por eso fue
nombrado por el papa León X Defensor
fidei.
Entre el clero inglés iba
advirtiéndose un sentido de intolerancia hacia las intervenciones del Papado en
las cuestiones internas de Inglaterra, y eso fomentaba el deseo de crear una
Iglesia independiente de la de Roma.
El Papa Clemente VII rechazó
anular el matrimonio de Enrique VIII con
Catalina de Aragón (hija de los Reyes Católicos), de la que no tuvo ningún
heredero varón, para casarse en segundas nupcias con Ana Bolena.
Entonces Enrique VIII, excomulgado,
hizo que el Parlamento promulgara la Ley
de Supremacía (1534), con la que el rey fue reconocido como Jefe Supremo de
la Iglesia de Inglaterra, y por tanto, declaraba la independencia de la Iglesia
Católica.
El anglicanismo reúne elementos
del cristianismo y otros del protestantismo, y en Los treinta y nueve artículos anticatólicos
están contenidas las bases de la doctrina anglicana. Entre estas, cabe destacar
que en las celebraciones no se hacía uso de ninguna vestimenta litúrgica y no
se hacía referencia a la transustanciación, la cual era fundamental para los
católicos.
Los anglicanos reconocen las
Sagradas Escrituras como la palabra de Dios, única autoridad de la Fe, y en ellas
encuentran la esperanza de la salvación. Dan validez a los Sacramentos,
considerando únicamente el Bautizo y la Eucaristía como los más importantes
porque fueron instituidos por Cristo y a través de ellos se puede acudir a la
gracia divina.
Dado que el rey es considerado
el jefe supremo de la iglesia, se prohibió la difusión de todos tipos de
Órdenes Religiosas creadas en Roma, es decir las órdenes que estaban sometidas
a la voluntad papal.
Aceptan el Libro de la Oración
Común como regla práctica de fe y culto, cuyos textos están traducidos del
latín al inglés, y desde ahora los ritos son celebrados únicamente en inglés.
El anglicanismo suprime la obligación
al celibato, por tanto, cada uno puede
elegir si casarse o quedarse célibe. También aceptan que las mujeres formen
parte del clero.
Aceptan la Santísima Trinidad, pero rechazan el culto de las imágenes, la
adoración de los santos, la existencia del purgatorio y la práctica de las indulgencias.
Prohíben el aborto, salvo en algunos casos excepcionales (peligro de muerte
para la madre, deformidad en el feto, y en caso de violación).
Con respecto al divorcio, la
Iglesia anglicana sigue considerando el matrimonio como un acto vitalicio, y
pues, se le puede rescindir sólo si se demuestra suficientemente que es
irreconciliable, y por tanto, poder volver a casarse.
Sólo con el reinado de María
Tudor se asistirá a una pequeña recatolización de la religión, pero fue
imposible llevarla a cabo a causa de la muerte de esta.
A María Tudor le sucedió Isabel
I, quien hizo promulgar una nueva Ley
de Supremacía (1559), que marcaba la ruptura definitiva de la Iglesia
anglicana con la Iglesia católica.
Hoy en día, la Comunión
Anglicana cuenta con cuarenta provincias autónomas e independientes entre sí,
aunque tienen como figura de referencia al arzobispo de Canterbury, quien es
considerado como el instrumento de unidad dentro de la Comunión.
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